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12 octubre 2006

Quien a Dios ayuda a cada rato lo madrugan
Es innato del ser humano ayudar, ser paciente con las personas que le rodean y responsable con sus actos, es más ser servicial debería ser uno de los valores sistémicos innatos con los que uno debería crecer desde pequeño y gozarlo hasta sus últimos días. ¿Que sería de nuestro mundo si todos cooperaran a una misma causa? ¿Cuántas obras benéficas se hubiesen realizado? ¿Cuánta pobreza desaparecería si tan solo pudiésemos lidiar los unos con los otros para poder ayudar un poco a los que necesitan? Sueno a evangelista o a un pata que te quiere convertir a otra religión. No. Para nada. Reformulando la pregunta para no parecer curita. ¿Cuándo será el día en que todos los conchudos desaparezcan de la faz de la tierra?

05 octubre 2006


Caída libre
Es increíble cuando miras por la ventana de un edificio a tres pisos de altura directamente hacia el amor de tu vida. Es verdad es increíble. Pero más increíble es que hayas cruzado la mirada con ese alguien. Te aturde, te hipnotiza, te envenena. ¿Qué es lo que sientes? Ni tu mismo lo sabes. Solo sientes y te dejas llevar.
Tiene espectaculares ojos, bonita sonrisa, la piel como de porcelana, como si de un cuadro renacentista se tratase y sientes que todo se vuelve cámara lenta cada vez que te cruzas con ese ser de otro planeta. Peco de superficial y nada más me queda aceptarlo. La idolatro. La deseo. Me pierdo. Me alejo.
Ni siquiera la conozco. Siempre se da la excusa del "no pertenezco a su círculo", ni si quiera un hola le lanzaste y ya hablas de círculos. Es que tiene enamorado. Exacto, lo tiene pero el hablarle o ser su amigo no le va a ser daño a nadie. Además, estudia otra carrera. Sí compare tas frito. Los peros sobran cuando de amor se trata. ¿Quién dijo amor? No fuiste tú. No. Yo menos.
Recobro el sentido y con lucidez miro de nuevo por aquella ventana una y otra vez.

04 octubre 2006

Un forastero en mi ciudad
Dicen que recordar es volver a vivir, sobretodo si es acompañado de una cuantas chelas y con los amigos que nunca faltan. Una mañana amanecí sin ganas de ir a clase, para variar, y solo a mí se me ocurre llevar clase los sábados. Sí, es cierto, no existe vida social en el sujeto que veo en el espejo cada vez que me levanto tarde, si es que llego a verlo. Apresurado, si de una comisión sabatina se tratara, intentaba recordar cada trago de las primeras horas del presente día y lo principal: buscar en mi cabeza resaqueada el motivo de celebración del pasado sábado chico.
Llevaba ya medio año alejado de mi juventud, esa juventud llena de ilusiones donde uno puede ser el rey del mundo y el sabio de la montaña a la vez, claro, en estado etílico. No es que sea un egresado de alcohólicos anónimos, ni tampoco abstemio por una religión, simplemente: “tengo trabajos para la U”, “Sorry. No puedo. Tengo que chambear el domingo.”, “Toy en misión”, “etcétera”; varias excusas eran las que incentivaban el resguardo hogareño, no porque los amigos de infancia sean los culpables simplemente porque nuevos amigos te contagian otras costumbres. Tomar donde la coyuntura lo amerite.
El claustro determinaba una absolución a las resacas semanales que en aquellas épocas yo era el consentido de mi libertad. Ahora la conchudés es mi aliada y la que dicta la llegada de una nueva celebración. Pues tomar implica gasto y que mejor remedio del no tomar que enmudecer a tus bolsillos aunque las propuestas de festividad lluevan como si del niño se tratase. Tocadas de timbre, llamadas y mensajes al celular en la madrugada: “mi jato está sola”, “vamos a chupar webon nadie te está pidiendo”, “en el parque nomás”, bueno. No era un acto que me enorgullecía ni tampoco el amanecerme tomando. En fin, a duras penas logré disipar la cultura chupística: chela y mucho ron o viceversa, esta última solución para bajar el ron, dicen algunos, aunque siempre todo termina igual.
Seis meses y un personaje cercano a mi hermano decide saludar a los amigos. Llevaba en Lima laborando un par de años y que mejor que el reencuentro para agarrarnos a botellazos en la puerta de mi casa. Éramos pocos y parió la abuela, toda mi generación apareció como si olieran el alcohol a leguas. No es por menospreciar, ellos también tenían lo suyo pero el olor más que de alcohol era de amanecida. No sé si era yo o eran ellos que entre risas etílicas y más ron las horas pasaban mientras recordábamos las mismas chapas que cuando niños nos hacíamos llamar. Las conversaciones eran las mismas y los reclamos por la ingratitud se mostraban a flor de piel. Me sentí por un momento como el amigo que regresó a Trujillo, no desde otra ciudad sino de otro país; ahora era yo el extranjero que no quería volver a ver un amanecer. Aún sigo escuchando las risas y carcajadas que desde el parque se cuelan por mi ventana en las madrugadas aunque sueño que raras veces esas risotadas se convierten en una llamada de larga distancia y por cobrar.

14 setiembre 2006

Uña y Carne
El compartir de una amistad nos hace cómplices de una vida llena de verdades, de hechos que uno sin querer presencia, de relatos como aquella super revista más o menos cara y suculenta de cultura que de cierto modo no puedes adquirir. Todos alguna vez, en cualquier momento pasajero de nuestras vidas hemos utilizado esta frase hecha, que coloquialmente es referida hacia los grandes amigos: a los inseparables, a los leales y sobretodo a los que guardan celosamente secretos; aquellos que ni después de muertos dejarían que esa parte de ti se llegara a saber.
Todos tenemos una vida llena de desenlaces y que cada quien sabe que cuota de estilo ponerle. Por lo tanto, lo sustancial de estos contenidos no radica en el fin de ser ganadoras de algún premio, ni tampoco de llenar un pedazo de papel electrónico, sólo tratará de quitarte algunos minutos de mi tiempo para contar tus malas pasadas. That’s it. No tengo una sonrisa maliciosa a la hora que termines de leer esto, pero no olvides que tú estas destinado a ser uña o carne. Tú decides :).